lunes, 14 de julio de 2008

Isla Negra (chile)

TP 2 experiencia de viaje
Para todo cuyano una de nuestras ansiedades principales es ver el mar. Debo de reconocer, también, que muchos de esta parte de la tierra que nos ha tocado habitar jamás lo verán en vivo y en directo. Suerte tendrán en reconocerlo por las nuevas tecnologías ofrecidas por la televisión o algún otro medio que les pueda otorgar un conocimiento virtual aunque no es lo mismo. Como cuyanos hemos quedado atónitos frente al espectáculo del mar donde la densidad de lo observado nos sobrepasa y callamos (al callar silenciamos y dejamos que lo sorprendente nos siga llenando). Mirar el mar nos apacigua o al menos es lo que sentí la primera vez que lo vi. No se si les pasara lo mismo a aquellos que conociendo el mar como algo cotidiano sentirán ese estado de sensación cuando observan las montañas por primera vez, algo de aquel silencio debe de coincidir también en el alma que se ensancha ante tamaño espectáculo. D¨Ammunzio hablaba un poco de aquel silencio interior que intento hondar: “¿han visto ustedes alguna vez por las mañanas, una liebre salir de los surcos recién abiertos por el arado, correr algunos instantes sobre la escarcha de plata, detenerse en el silencio, sentarse sobre sus patas traseras, levantar las orejas y contemplar el horizonte? Parece que su mirada apacigua el universo”
Este tipo de mirada tenaz sobre un objeto tan particular del universo es lo que intento contar. Si viajar es una de mis pasiones cuando conocí el mar por primera vez di cuenta también de ese instante sublime de apaciguar el universo. Tenía veinte y un años cuando viaje con una prima a conocer el mar. Las experiencias de otros viajes hasta ese momento no igualaran la sensación de ansiedad de aquel viaje. Tenia idea del mar por la misma televisión, por fotos, postales, hasta había escuchado relatos pero nunca es lo mismo que verlo a un metro de distancia y tocarlo o que te toque en un vaivén infinito las olas que se acercan hasta nuestros pies. ¿Quién no tuvo la sensación de que si el mar con un solo oleaje nos puede matar solo se atreve a darnos una mano acuática que saludo a nuestros pies? Por eso digo, es como si te explicaran como besar por primera vez y ¡no es lo mismo! Había pues la necesidad casi privilegiada de esperar el encuentro insospechado de saber que pasara. Puede que no pase nada y la espera de ansiedad de presenciar el espectáculo se convierta en desazón sin sustancia. Viaje o, perdón, viajamos. De todos los años que pasaron no recuerdo nada de los pormenores del viaje. Lo único que quedo intacto es aquella sensación frente al mar por primera vez. Hay que agregar en este punto también el paisaje que va desde Mendoza por entre las cordilleras hasta Chile. Aunque años atrás ya había escalado las montañas de mi provincia en San Juan: para que entendamos, uno camina por la ciudad y levanta la vista y ahí están esos sorprendentes muros rocosos, el reconocimiento de lo cotidiano a veces pasa por meras cosas, paisajes cercanos de nuestra cotidianidad y se instalan en nuestro inconciente colectivo como superficialidades. Pero atravesar los andes de una lado para el otro aun sigo quedando sin aliento.
Llegamos sobre el medio día a Santiago y empezamos a visitar los lugares típicos que uno visita cuando llega a una ciudad. Descansamos por la noche y organizamos los interines para el otro día. A la madrugada partimos ruta a conocer el mar. Dos o tres horas nos llevo la ruta directa a la costa chilena. Queríamos visita Isla Negra. Toda la mañana mirando hacia delante en el auto para captar el primer momento. Una dos o tres horas charlando, mostrando interés por los comentarios y mirando siempre hacia delante concentrado como soldado frente al puesto de ataque. Un hilo vertical se dejo ver, la ruta era un vaivén y cuando explique no se que cosas de no se que comentario mire la ruta que bajaba y desaparecía el hilo del horizonte; mire al conductor por un comentario y sin darme cuenta a la siguiente mirada el mar se impuso frente a mi… hice silencio…. Calle. Me sentí minúsculo. Parecía que en ese mismo instante mi mirada apaciguaba el universo o ¿era el mar que apaciguaba mi ansiedad de montaña?

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