lunes, 14 de julio de 2008

Mi planta naranja lima

TP1 experiencia de lectura

No recuerdo cual fue mi primer libro que leí, ni mucho menos puedo recordar en que año empecé a indagar en la lectura. Tengo vagas imágenes de todo ello. De niño, si, leía muchas revistas de aventuras o comics que llegado a estos años no quedo ni la nostalgia de volver a revolver en aquellos recuerdos. Jugar para mí era la vida. Imaginar las historias en mis soldaditos de plásticos era lo que le daba ritmo y sentido en mis horas de siesta. La lectura como hábito fue en los años del secundario. Leer fue para mí ir dejando atrás el juego. De niño no me importaba otra cosa que jugar, perderme horas y horas en mi inocencia lúdica. El mundo era mi patio y mi imaginación estaba siempre maquinando en historia para mis soldaditos de plásticos. No era un niño sociable, me llevaba bien conmigo mismo y mientras me arrinconaba por ahí podía no molestar a nadie y nadie se podía dar cuenta que yo estaba por ahí. Quien sabe si de ese destierro sociable hay una línea indivisible que une a mis momentos de lecturas.
Tengo presente un momento prematuro entre leer y jugar como una bisagra que se abrió en mi mundo niño. Un libro me previno que el mundo era un poco más grande que mi patio y que los niños no solo se dedicaban a jugar: de pensar que era mas antes que después que iba a saber que la tristeza era parte de los hombres (a todos los hombres). Lo encontré perdido un día de clase en el curso. Como iba por la tarde al primario el libro había estado toda la mañana. Manoseado. EL libro era blanco quebrajado por el doblez de sus tapas blandas. Tenia un dibujo en una de sus tapas que presentaba una planta naranja lima y un niño sentado con cara de melancolía. Fue aquella cara o toda la imagen la que me sorprendió: Un niño triste y una planta naranja lima sobre una planicie blanca. Mientras todo el curso estaba allá afuera yo me sorprendí por el hallazgo. Mire para ambos lados como evitando encontrar un cómplice. Lo hojee. Leí. Hice una huelga a mi niñez y devoré las hojas de aquel libro en tres o cuatros días. Lo leí sin contemplación, sin contarle a nadie que tenia una libro plagado de malas palabras. Si, puede ser que esas malas palabras me hayan llevado a la clandestinidad más que al destierro sociable. Dejar de jugar fue para mi una de mis mayores tristezas. Leer para mí es atenuar un poco lo irremediable que es el trascurrir del tiempo. Aquel libro fue una bisagra, una voz que venia desde lejos que prevenía que en unos años mas el mundo de los grandes me iba a tomar de las manos para apuntalar ese extraño mandato de responsabilizar cada acto. Termine de leer “mi planta naranja lima” y no volví a leer otro libro. Procure con más ansiedad y jugar hasta que alguien nos dijera lo contrario.

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