martes, 7 de octubre de 2008

Los conjurados

TP5 "relato basado en un sueño"

Las manos son las que arman. Van y vienen, se cruzan los dedos, se juntan, se alejan. Las manos son cuatro: veinte y dos dedos. Mugre en la uñas. Se escucha el ruido no del mundo: la siesta lo devora todo. Se escucha el ruido de las manos cuando rompen las cañas o se raja algún papel. Son dos arrodillados. Concentrados. Se miran y miran las distintas piezas. Se hablan:
-¡corta! Dale;
-¡no! ¡Mucho pegamento!
El mundo se fue a otra parte. Los padres no son padres cuando no están cerca de los hijos y los amigos son mas amigos cuando solamente se arrodillan a armar un barrilete olvidados que son hijos, al menos por unas horas. Las manos transpiran. El sol quiere entrar en las sombras de los árboles y el viento acerca en polvo caliente que hace que el lugar no sea un patio sino un horno enarbolado con sombras claras y candentes. Ellos siguen. Transpiran. Se hablan. (Se callan). Hay dos corazones latiendo acelerados, parece que el latido a veces se escucha en todo el patio ¡Ssss…! Silencio marginal, no vaya ser cosa que los latidos despierten a los vecinos. Siguen. ¿Juegan? Quien pretende jugar cuando uno esta dando toda la concentración, todos los latidos y se ha devorado todo el silencio del mundo para armar un barrilete. Para los demás será un juego insignificante e inocente para ellos no. Para ellos significa otra cosa, es como la vida misma, se junta en un solo momento donde la ansiedad y la pura concentración son los únicos móviles para terminar de hacer algo. Para ellos juego viene después, cuando despunte en lo alto del cielo un barrilete colorido. El juego para ellos es toda la vida que tienen, son los conjurados de una partida que no se puede terminar a la mitad. El juego es su pasión, lo es todo. Tres horas atrás se preguntaron: -¿a que jugamos?, ya van por la cuarta hora y los dos ya se han olvidado del mundo, de la siesta, del calor, del zonda, de las manos traspiradas, de los vecinos que duermen, de sus padres, se olvidaron que querían jugar, están en los últimos tramos del armado y la pasión se hace mas latidos que corazones latiendo. Se ríen. Por la calle pasa un auto y rompe el silencio ritual como navaja que atraviesa recta en una hoja. El barrilete es de cuatro colores: amarrillo brillante, azul oscuro, un rojo como el manzanero que los protege de la bravura solar. Se cumplieron las cuatro horas. Los dos corazones ya desbordados de un ruido oscuro hueco y plomizo y que cada golpeteo en la piel hacen temblar mas las manos. El juego aun no comienza. No se juega a nada porque nada había, y un barrilete es un barrilete si lo miramos de abajo como se confunde un ave al que nunca volara mas allá de nuestros propios limites visuales. Barrilete terminado. Se miran. Uno mira firme en la pupila del otro, el otro no mira, le habla con emoción muda desde sus ojos marrones claros. El zonda sopla a veces otra veces aturde caliente y cala en la piel: es señal que los vientos de la siesta están a su favor. Abren la puerta como dos ladrones. Ahí esta la calle. Silenciosa, tan muda que asusta hasta el cementerio del barrio. El zonda fuerte, el barrilete más colorido y los conjurados a punto de jugar. -¡Dale!, ¡ agarra bien fuerte del cordel que yo te sostengo el barrilete. Cuando te diga ¡corre!. ¡che! ¡acordate que cuando este en lo alto me lo pasas!
Uno, dos… más silencio contenido, mas zonda, mas concentrados ¡tres! Y corren. Corren como si fuera la ultima carrera de su vida. Las manos son las que sostienen con firmeza, pero traspiradas. El zonda sopla fuerte y el barrilete toma vuelo. Dos, tres, cuatro metros.- ¡ Soltalo que el viento lo empuja solo!. Ocho, nueve, diez metros y el último viento sopla como sudestada que empuja el barrilete y lo envuelve en un pequeño remolino de aire caliente que hace vibrar todo el cordel que quema la piel de la mano transpirada. Se va. Vuela. Se aleja como pájaro ahora libre. Ellos jamás pudieron jugar.

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